Ya no rompen las olas del viento
amarradas en aquel pasado,
pero lloran escarchadas las lágrimas
en el cincel venerado de sus puertos.
Ya no sufren los precios de la ignorancia,
ni de aquel qué dirán,
pero crujen las heridas
sílabadas presas de razón
las hermanas de los sentimientos.
Ya no lloran,
ya no sangran,
ya no rozan,
no gozan el sendero
que destroza el tejado azulado
con estrellas algodonosas.
Ya no parpadean
el suspiro incomprendido
por la culpabilidad polvorienta
en el amarre de tierras lejanas.
Ya no soplan suspiros
por el latir de un corazón cautivo,
prisioneros ante negras mareas
que rompiéndose espumantes;
mueren en las arenas de sus pies.
Ya no están,
no respiran,
ya no loan cánticos de libertad
ante los gráficos vaivenes,
que presos en cuarentena,
partieron con la brisa
de las guerras invisibles.
Ya sólo viven dulces
en alacenas cálidas
las miradas borrosas,
los recuerdos del corazón
y los cánticos del aleluya.
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