Recorrí medio mundo
con las chanclas viejas,
la piel quemada y curtida,
el crujir de mis huesos
y el cansancio de los años.
Pensé resistir ver más allá
de la llamada a mi puerta,
para resetearme en el inicio,
como la brisa que desprende
el contoneo de las laderas
en el jardín de sus sabores.
Sobrevolé torpe y sin rumbo
con las alas sucias, débiles,
con el alma en el pico
y el peso de un frágil volcán
sobre las rutas del querer,
los que llegan a los mares
por valles de rios de lava
con los zumos de corazón
y el erradico ojo de halcón.
Quise ser león y elefante,
pisar fuerte y tener garra,
decisorio, fiel y cerebral
con las miradas fijas
ante la selva del Edén
donde se amansan las fieras.
Aún así, gané en el camino
abrazando su cálida áurea
con sus dulces amarguras.
Y hoy, me despierto del sueño
con la sábana arrugada,
en cada una de sus miles albas
y compartidos atardeceres.